Por Éricka González Núñez
Cuando piensas en abrir una empresa o conseguir un trabajo, al imaginar tu vida laboral, seguramente piensas en tus colaboradores, en tus nuevos amigos, en adaptarte al horario y a una nueva rutina y, por supuesto, en tus jefes. Pero casi nunca pensamos en nuestros verdaderos jefes.
No son quienes supervisan la calidad del trabajo o guían nuestros talentos. Son las personas a quienes entregamos cuentas de nuestra eficiencia real, quienes pueden palpar el éxito o el fracaso de nuestros esfuerzos: nuestros hijos, nuestras familias, nosotros mismos.
Piénsalo detenidamente: cada vez que realizas un proyecto o desarrollas un producto, ya sea que las cosas salgan bien o mal, son ellos quienes están a tu lado en el proceso y en ellos repercute el resultado. Esas horas en que caminas o te sientas, vas o vienes tienen sus frutos en ellos – y lo están esperando-. Por eso tu compromiso es importante.
¿Por qué manejar el compromiso en el trabajo como algo ético más que como algo tangible? Te invitamos a reflexionar: ¿Para qué trabajas cada día?, ¿para qué sentarte a escribir o correr a una cita con un cliente?, ¿cómo haces trascender tu trabajo más allá de ganarte una felicitación, algo de prestigio o de tener algo que publicar en las redes sociales?
Ve más allá (de ir y de ver). Si vas a tu trabajo a distraerte, si cumples a medias, piensa en todo lo que se sacrifica cada día y actúa para recompensarte y recompensarles mejor en casa.
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